Todos hemos hecho de niños alguna trastada (de mayores también), nos han pillado, y nos hemos sentido mal. Nos hemos saltado el semáforo y nos han pillado y nos ha entrado remordimiento. Hemos contado aquello que nos han dicho que no contásemos y hemos herido a alguien. Hemos dejado de querer a esa persona que tanto nos quiere y hemos visto en sus ojos cómo le rompíamos el corazón. También hemos debido estudiar más de lo que lo hicimos, y por eso suspendimos. Del mismo modo, debimos haber cuidado más de los seres queridos que teníamos cerca y perdimos. Todas estas situaciones tienen un factor común. La culpa.
La culpa, es una emoción que surge cuando pensamos que hemos hecho daño a otra persona o a nosotros mismos, o cuando pensamos que hemos transgredido alguna norma.
Es decir, la culpa es una emoción que nos mueve a reparar algo que hayamos hecho que haya podido causar daños y así poder evitar daños futuros. Parece un poco lioso, pero no lo es. Si no sintiéramos culpa, nunca diríamos “lo siento”, “perdóname”, “no quería hacerte sentir mal”, por ejemplo. La culpa nos sirve para tener ese acto de bondad con el otro, un acto para reparar el cómo se ha podido sentir. O en menor medida, un acto de bondad con nosotros mismos, pues es más complicado perdonarse a uno mismo, que a los demás
La emoción de culpa aparece cuando existe una acción que nosotros percibimos como negativa, y entonces se crea la “mala consciencia”. Y por lo tanto, surge el remordimiento.
La culpa como todas las emociones que poseemos, no es ni buena ni mala. Dependiendo del momento y de los motivos por los que surja es útil o no. Funcional o disfuncional. La culpa, por lo tanto, también tiene su función y es hacer consciente a la persona de que algo no está bien, y esto facilita que la misma persona intente arreglarlo.
¿Cuándo surge el problema?
Cuando su intensidad es desproporcionada con respecto al acto en sí por el que se siente la culpa. Cuando ocurre con demasiada frecuencia y cuando dura eternamente. Todos conocemos a la típica persona que siempre esta pidiendo perdón por todo y autocastigándose por cada comentario, acción o pensamiento que tiene. Esas personas lo pasan mal, no. Fatal. Y con el paso del tiempo, el no regular esa emoción podrá traer consigo muchas consecuencias, entre ellas bajo estado de animo, pensamientos recurrentes sobre las cosas que hace para repasar si estuvieron acertadas, e incluso, podrían llegar a perder la experimentación de emociones positivas.
Pero, ¿podemos hacer algo?
Sí. Aprender a gestionar y manejar el sentimiento de culpa excesivo, y nosotros en IDEA te podemos ayudar. No dudes en contactarnos para contarnos qué te preocupa y qué te hace sentir mal, juntos lo podemos solucionar. ¡Qué no te quepa duda y la culpa no te duela!