En muchas ocasiones el enfado tiene su origen en una frustración, es decir, tenemos la expectativa de algo, esa expectativa tiene generalmente una carga emocional y posteriormente la realidad nos devuelve un resultado diferente al esperado: “si consigo ese trabajo, entonces seré feliz”, “si mi amigo me llamara, me sentiría bien”.

Cuando esa expectativa no sucede como habíamos esperado nos sentimos decepcionados, frustrados y en ocasiones esto puede desembocar en enfado o ira.

La otra cara de la moneda de tener esperanza o esperar que algo suceda, es que detrás de esa esperanza normalmente hay un miedo a que eso no suceda así.

¿Que hacemos con nuestra frustracion y emociones fuertes?

¿Qué podemos hacer entonces? ¿No tener esperanza? ¿No esperar nada?

Te propongo una alternativa, sustituir la esperanza por optimismo, en el sentido de “no sé qué va a suceder pero pase lo que pase sé que voy a sacar algo bueno de cualquier situación”, con el optimismo no hay miedo, no nos aferramos a una expectativa para sentirnos mejor, sino que simplemente no esperamos un resultado concreto.

No es que tener expectativas sea malo, puesto que nos indican el camino o la dirección, pero puede ser contraproducente cuando sentimos necesidad de que suceda de una determinada manera, o dependemos de ello para sentirnos bien.

Por lo tanto, cuando sientas una frustración, pregúntate qué está pasando dentro de ti, no busques culpables fuera, porque si los buscas probablemente encontrarás muchos (“mi madre, mi amigo, la política, la sociedad…”). Es importante que veamos cada situación como una oportunidad de aprendizaje y de desarrollo personal. Encontrar la verdadera raiz de nusetra frustración puede ser la clave a superarla.

Esto hace que nos hagamos responsables de las causas y condiciones que están generando determinados resultados y que si nos generan malestar podamos actuar para cambiarlas.