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Tú, yo y nuestros prejuicios.

Existen etiquetas que nos ayudan a comprender el mundo. Nos sirven para clasificar la información y ahorrar energía. Para que cuando las mencionemos, se desplieguen de manera automática todas las características asociadas a ella en la cabeza de nuestro interlocutor. Los profesionales las usamos para saber de qué hablamos, como una manera económica de comunicarnos.

Esta forma de simplificar la realidad, debería ser de “quita y pon”, usarlas para simplificar y retirarlas para profundizar y ver más allá. Sin embargo, en la sociedad, parece que estas etiquetas se muestran persistentes, adheridas a la piel de aquel que juzgamos, resistentes a cualquier tipo de prueba en contra. Más como una sentencia que como una categorización. Y es aquí cuando se vuelven peligrosas.

 

Derrumbar prejuicios no es algo fácil. Nuestro cerebro tiende a analizar la realidad en busca de pruebas a favor de lo que pensamos, colocándonos unas gafas polarizadas en blanco o negro. Es por eso que cuando le ponemos una etiqueta a alguien, tenemos que tener cuidado y fijarnos si en lugar de en una categoría lo estamos metiendo en una jaula de prejuicios.

¿Por qué es necesario buscar los tonos grises?

Si no nos resistimos, una vez clasificamos, la corriente empieza a fluir. Tardón/a, irresponsable, egoísta, vago/a, genio, buena persona… A partir de aquí, todo lo que haga lo veremos como una prueba irrefutable de nuestra sentencia. Pasaremos por alto los comportamientos que no cumplan con la etiqueta que le hemos asignado, anticipándonos incluso a ellos. Y, en el caso de los adjetivos que consideramos positivos, estaremos poniendo el listón a una gran altura siempre, por lo que no es de extrañar acabar sorprendiéndose más de lo esperado cuando aquella buena persona o genio hace algo que se sale de la categoría. “De él no me lo esperaba” “Con lo buena persona que es…” “¿Cómo es posible? Con lo inteligente que es…” Esa es la trampa de los pre-juicios.

¿Qué consecuencias tiene esto en nuestro día a día? Haz un repaso a los enfados y discusiones que has tenido con amigos, familia y pareja. ¿Cuántas veces ha salido una etiqueta? ¿Cuántas veces te has molestado o se han molestado por ellas?

Ver mas allá implica también darle la opción al otro de poder comportarse de otra forma. Aceptar que no se es 100% algo todo el tiempo. Por eso, la mejor manera de nadar a contracorriente de las etiquetas, es no hablar a través de ellas sino de los comportamientos. Hablar de lo que hacen y no de lo que creemos que son. Porque si no, entraremos en una espiral de acusaciones y de sólo ver lo que la etiqueta nos deja.

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Cuidar tu salud emocional es una buena Idea. Queremos compartir contigo algunas de las claves para gestionar los retos de la vida diaria: ansiedad, vida familiar, relaciones de pareja… ¡Te esperamos en los comentarios!

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